Ximena Rodríguez
Me despido de este cuerpo, de aquel cuerpo que ha vivido desde antes de ser nombrado, me despido de su textura traducible y de sus olores disfrazados. Pero despedirse no significa rechazar, y mucho menos abandonar; los adioses se manifiestan cuando un brote se avecina, cuando los colores rechazan ser los mismos; pudriendo la fruta y secando las hojas.
Cuerpo mío, hemos construido la vereda que nos ha traído hasta el presente; has sido el cómplice de mis decisiones más silenciosas, e inclusive has sido el testigo de mis arrebatos. Pero ambos lo hemos hecho desde la dureza de una cicatriz que no es nuestra. Las historias de otras están inscritas aquí, en nuestra piel.
Esta despedida es un llamado para remover la tierra que está debajo de nuestros pies, es el enfado en un vuelco y el llanto entonado como lluvia. Tomaremos las palabras guardadas, los gestos construidos y los movimientos alienados. Bendíganos, madres y diosas agrietadas; que la nueva piel será a través de sus intersticios. Mi cuerpo será el medio, pero ustedes la guía.
Atesoraré el momento en que la luna se pose en mí y esperare la llegada de las otras voces que me serán compartidas. Cada voz resonará porque abandonó un suspiro para poder crearse. Y si hemos de emerger, será porque lo haremos desde un pronunciamiento distinto al que nos mantuvo en el fondo.
Cuerpo, te prometo que ésta no será la única despedida, habrá muchas más. Pero no temas, porque a pesar de que el movimiento germine desde la víscera rechazada, nuestra carne es alimento. Y créeme, cuerpo, no es carne para aquellos seres carroñeros que merodean, aunque ya lo han arrebatado casi todo.
Es carne-semilla para quienes creyeron perderlo todo, pero les queda su cuerpo.
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