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Ocupar espacio no es motivo de vergüenza

Andrea Gil



Desde que tenía nueve meses me pusieron mi primera dieta. No podía comer Gerber porque todo me hinchaba, entonces me hacían papillas. Mi mamá estuvo de acuerdo porque eran más naturales, sin conservadores, sin azúcar; yo pues ni cuenta me iba a dar.

En la escuela y entre mis primos, siempre he sido la gorda. Todas mis amigas eran flaquitas, mis primas eran flaquitas, y yo siempre fui una niña muy alta y gorda, y aprendí, desde muy chiquita, la vergüenza de ocupar mucho espacio. A consecuencia de esto, procuraba ser una persona callada para no llamar la atención, ya que mi cuerpo lo hacía por sí solo . Desde entonces, aprendí a pasar lo más desapercibida que pudiera.

Conforme fui creciendo vi a mis papás batallar por su propio peso. Un día nos hicimos análisis y descubrimos que mi mamá, mi papá y yo tenemos resistencia a la insulina, una explicación de por qué nos cuesta tanto bajar de peso. Mi mamá, emocionada, empezó a ir con un endocrinólogo y después de echarle muchas ganas tras su primera cita y bajar el peso que nunca había podido bajar en un mes, la vi regresar llorando de su segunda cita, ya que al endocrinólogo no le parecía suficiente lo que había bajado en el mes. La vi llorar varias veces más al salir al jardín a hacer su ejercicio.

A mí me llevaron con otra endocrinóloga. Fui con ella varios años sin lograr mucho. Yo no entendía tanto de la alimentación, solo entendía que ya no me dejaban comer nada de lo que me gustaba.

Lo que sí aprendí mientras crecía es que yo no tenía derecho a amar mi cuerpo, que mi cuerpo no estaba bien, que debía comer menos, que si fuera más flaquita me vería más bonita, que nadie me iba a querer si no enflacaba. Empecé a concebir mi peso como una condición para que las personas me quisieran, lo cual me hizo, a través de los años, tener una pésima relación conmigo. Tuve relaciones, con hombres y con amigas, en las cuales había mucho abuso emocional, por mucho tiempo sentí invalidación hacia mis sentimientos y recibí burlas; eran relaciones tóxicas en las cuales yo no era capaz de defenderme, ya que sentía que me estaban haciendo un favor por “quererme” estando gorda.

Ir a comprar ropa era otro tema que me hacía sentir muy mal conmigo misma. Me sentía derrotada y me odiaba cada vez más. Las tallas que había no eran para todos. Usaba ropa que era muy incómoda con tal de no usar una talla más grande, porque lo peor que me podía pasar era tener que aumentar una talla. Mientras la industria de la ropa producía tallas cada vez más y más chicas, yo era la que tenía que sentirse mal por el volumen de mi cuerpo.

Fue mucho tiempo de ir a que me pesaran y salir llorando de cada consulta, sintiéndome mal y odiando cada vez más mi cuerpo, y al mismo tiempo ver a mis papás lidiar con sus propias batallas que hasta el día de hoy empiezo a comprender poco a poco. He visto cómo se han sometido a dietas matadoras, muchas que, en mi opinión, no fueron sanas. He visto a mi papá forzar su cuerpo a ejercitarse incluso cuando éste le pide descanso, y cómo hasta le ha dado temperatura por el esfuerzo tremendo al que somete su cuerpo.

He escuchado a mi mamá criticarse cada vez que se ve al espejo, la he visto llorar por cómo la han criticado, he oído a mi abuela decirle que está muy gorda o felicitarla si baja de peso como si fuera el mayor logro de su vida. Y lo peor de todo, he visto a mi hermano no poder cumplir sus sueños por un sistema de salud roto, en el que las reglas son las mismas para todos los cuerpos sin tomar en cuenta que cada uno de ellos es diferente. Como familia, todos hemos sufrido el mismo dolor, las mismas críticas y el mismo odio hacia nuestro cuerpo. Sin embargo, me he dado cuenta de que es un sufrimiento en silencio y muy solitario. Cuando veo a mi hermano sufrir,hacer dietas criminales y frustrarse porque en vez de bajar subió de peso, inmediatamente me enojo con él y pienso: “¿Por qué no puede? Es muy sencillo, no rompas la dieta, come menos, no comas lo que disfrutas sino lo que debes comer”. Y en vez de empatizar con él y acompañarlo en un dolor que conozco perfectamente, me veo reflejada en él y siento mi “fracaso” manifiesto en su situación.

He observado a personas que amo odiarse a sí mismas, verse en fotos oen el espejo, y no permitir amarse porque su familia, los doctores, las personas que las rodean y la sociedad les ha enseñado a odiar su cuerpo.

Así crecí yo, odiando mi cuerpo porque no sabía que podía amarlo en el tamaño que tenía. No existía esa opción, solo tenía la opción de sentirme avergonzada todo el tiempo por mi tamaño, por ocupar espacio, por las cosas que como o cuánto como, por no hacer ejercicio un día. A la fecha, la mayoría del tiempo me sigo sintiendo así. Cada vez que como con alguien que no sea mi familia siento que se fijan todo el tiempo en lo que como y en la cantidad. No hago ejercicio enfrente de la gente por pena. He internalizado la idea de que ser gorda me hace ser torpe y no tener buen rendimiento o el prejuicio que lleva a pensar en el típico cliché de quien está tratando de perder peso sin que el ejercicio sea suficiente para lograrlo.

En una de las dietas a las que me sometí, bajé 11 kilos para, al poco tiempo, rebotar y subir esos mismos 11 kilos más otros 15, y claro, el odio hacia mi cuerpo aumentó con el peso extra. Probé otra dieta que consistía en tomar puro líquido durante todo el día. En una "clínica" me dieron un polvo que debía mezclarse con agua; al tomarlo sentía que me quemaba, pero seguí haciéndolo porque me enseñaron que mi cuerpo no estaba bien y que era esencial bajar de peso para estar sana, sin importar que lo único que estaba consumiendo era un polvo de quién sabe qué, bajo el argumento de que "eso era más sano." También he ido con doctores que consideran que TODOS los problemas de mi cuerpo son por ser gorda. Me han dicho que mi ovario poliquístico nunca se va a quitar porque estoy gorda, y tengo una amiga que también sufre de ovario poliquístico y ¿qué creen? Es flaquísima. Nos han enseñado que estar delgado es sinónimo de ser saludable y estar gordo es ser flojo, poco disciplinado y malsano, sin importar que mis estudios salgan bien, si mi cuerpo es gordo, no soy saludable y al intentar corregir esta “falla” de tener un cuerpo grande, he puesto mi salud en riesgo por el sistema de creencias que nos hemos comprado como sociedad.

Hace poco en Instagram empecé a encontrar perfiles distintos de "body positivity". Uno de ellos es de la nutrióloga Raquel Lobaton, de HAES (Health at every size) (alimentación intuitiva). Ella es una nutrióloga anti-dietas, y en su contenido promueve la salud para todos los tamaños de cuerpos, expone datos sobre diversos estudios científicos, uno de ellos habla sobre cómo, el 95% de las personas que hacen dieta terminan recuperando el peso perdido, como a mí me pasó, odiando su cuerpo y creyendo que ellos fallaron, no la dieta. Ella tiene muchísima información que me ha ayudado a ser más paciente y amorosa con mi cuerpo. También he encontrado en esta red social a muchísimas mujeres hermosas hablando sobre amar tu cuerpo, aceptarte como eres, y perfiles de tiendas con tallas incluyentes. Con estos hallazgos se me empezó a abrir la mente, encontré un respiro, encontré personas que contaban su experiencia, con la cual podía identificarme, encontré ropa padrísima que también yo podía usar. Encontré incluso que muchas de estas personas están casadas, tienen hijos, y son felices, lo cual me ha costado trabajo cambiar mi pensamiento porque siempre sentí que no tenía derecho a ser amada; inconscientemente creía que una persona que es gorda no puede ser amada, ni tener una familia ni ser feliz.

Gracias a estos perfiles, empecé a cambiar mi forma de pensar sobre mi cuerpo;intentando amarlo así como está y como es el día de hoy. También trato de cambiar mi relación con la comida y con el ejercicio, porque si tengo hijos, lo primero que quiero enseñarles es el amor a su cuerpo, y a cuidar de él desde el amor, no desde el odio o la opinión de otras personas. Quiero enseñarles lo que me hubiera gustado que mi familia y yo aprendiéramos desde chicos.

A través de lo que he aprendido últimamente, veo a mi familia y pienso en cada momento en el que se han sentido de la forma en la que me he sentido yo, y me gustaría poder abrazarlos y enseñarles que su cuerpo es hermoso, que merecen amarlo, que no están solos y que ellos no están mal. El sistema es el que está mal, la manera en que nos educan es la que está mal, y hay mucha gente en la actualidad tratando de cambiar esto, y espero que esto se transforme muy pronto.

No es fácil leer toda la información que se tiene sobre el tema, ¡es muchísima! Tampoco es fácil cambiar los aprendizajes con los que mi familia y yo —o la mayoría de las personas— hemos crecido toda la vida pero creo que al final del día, lo que quiero decir es que debemos aprender ante todo a dejar de opinar sobre otros cuerpos que no son los nuestros. Todos estamos lidiando con nuestras propias batallas, y tenemos mucho que ofrecer. Dejemos de normalizar felicitar a alguien por bajar de peso, no sabemos qué hay detrás. ¿Por qué no mejor normalizamos los cumplidos hacia la persona y sus logros?

 

Fotografía de la autora.

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