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Una diferencia creadora: mundos en un Universo

Ale Moreno Buendía



“Vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó”

J. L. Borges


Aunque pareciera una paradoja, es una verdad maravillosa que, para ser verdaderamente iguales debemos de pensarnos en lo que nos hace distintas y distintos. Es muy curioso que lo único que nos es común a todos los seres de este planeta (¡incluso osaría decir que en otros territorios de otras galaxias y lunas!) es la diferencia. Una realidad tan sencilla que hemos complejizado hasta el punto de no reconocerla más y verla lejana. No entiendo por qué a veces esa palabra nos causa tanta extrañeza si es lo más evidente. No somos iguales. Cada ser es su propia historia, deseos, utopías, sueños, noches, paisajes, libros, pasos, cantos, cuerpos, piernas, brazos, ojos; cada ser es su propio tallo, hojas, temporadas, vientos, aromas, tiempos; cada ser es su propio hábitat, su propio ritmo, su propia mirada, sus propias nubes, respiraciones, tactos, colmillos, alas, encuentros, lenguajes.


No hay dos seres iguales, no hay dos tiempos iguales; no hay dos siglos, vidas, muertes, caminos, piedras, horas, segundos, días, palabras, intuiciones, estrellas. Sin embargo, en nuestra sociedad la diferencia desgraciadamente no es leída ni practicada en su sentido más profundo. La narración que impera actualmente es que el mundo es un espacio de diferencias desde la jerarquía. Cuando se mira el mundo de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba, las diferencias se convierten en opresiones y las opresiones son limitaciones llenas de aspiraciones absurdas y tristezas obligadas. Es entonces que en la diferencia se desvanece lo común hasta que la recubre un nuevo y único tono: la diferencia como forma de opresión. Es así que las demás especies animales, la flora y las sociedades humanas no dominantes son diferentes para un único fin, porque son vistas desde arriba, desde una mirada en la que se puede explotar sus individualidades para convertirlas en una masa sin forma, sin colores, sin historias, sin particularidades, sin sensaciones y sentires. Es decir, la diferencia que oprime permanece, pero la diferencia que nos hace ser lo que somos en este universo, la borran para convertirla en un defecto, algo que quiebra el ritmo de la producción, algo que hace cortocircuito porque… ¿qué pasaría si mañana mismo no vistiéramos como lo dicta el catálogo de temporada, si programáramos con diferentes días y horas los calendarios, si tuviéramos más encuentros para salir a formar figuras con las nubes y menos para ir a la oficina, si destruyéramos parte del pavimento y cosecháramos en huertos, si reconociéramos nuestras reales diferencias con los gatos, los peces, los ratones y las demás personas humanas que nos rodean, entendiendo que vivimos cada quien en nuestra propia, diferente y única experiencia? ¿Qué sucedería si miráramos y sintiéramos distinto desde la diferencia creadora (que construye)? El mundo sería lo que es: diferente.


¿Por qué no recuperamos la diferencia como un impulso para construirnos y no destruirnos? Podemos contar con que puede ser diferente. Al final, vivimos de cuentos. Nos narramos a nosotras y nosotros mismos lo que vivimos: somos aquellas plumas que escriben los siguientes capítulos. La diferencia que crea nos une, no nos separa. Incluso la diferencia más desigual que encontráramos, si se percibe desde el crear y no desde destruir, si se entiende como una diferencia recíproca, aún esa diferencia puede hacer florecer puentes. Hay tantas tonalidades como estrellas y tiempos en el cielo. Hay tantas formas de mirar y habitar el mundo como granos de arena en una playa que desconocemos. No somos iguales. Lo que nos hace iguales verdaderamente es que somos distintos. La complejidad que resulta de pensarnos distinto es muy grande y es la apertura la que nos revelará un universo entero en nosotras y nosotros. Un universo donde es solo uno construido con muchos todos. Admitamos que la vida es compleja. Cuánto desearía que todos cargáramos con un gran Aleph en nuestro bolsillo: así se haría visible y tangible la mirada de la abeja que es diferente a la nuestra, que el color del fruto es relativo a la mirada de diferentes receptores que los que tenemos, que la experiencia de una niña o un niño no es igual (no debe llegar a ser igual) que la nuestra. El universo en su complejidad es maravilloso:



Ninguna piedra es igual a otra

Ninguna luna

Ninguna palabra

Ningún verso


Y sin embargo,

somos en el Universo.

 

Fotografía de la autora.


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