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La higuera

Ana Laura Rodríguez



Nacer en el ombligo de la Luna me condenó a creer en las metáforas.


A cantar con las pantorrillas picándome por el pasto.


A ser de esas mujeres de maíz: del tiernito y del tostado, del que crece cuitlacoche. Sentirme mazorca criolla y viajar para contar historias.


No me detuvo el asfalto de la ciudad que amenazaba cada día con aplastarme, con quemar de frío nuestras raíces que son sensibles al hastío, a la contaminación.


En el afán de conocimiento de nubes y sol terminé estudiando Medicina. Me llamó el desierto con su canto de peyote. Allá, donde la vida brota del salitre me encontré, donde la realidad puede cortarse a trozos de voluntad florecí con otras mujeres. Un buen día se me sacudió el floema, con la maleta ya hecha, volé a Chiapas y desde acá comparto estos fragmentos, resquicios del amor, de la vida, de este ser poeta que se niega a escribir prosa, como la gente decente:



Hidroponia


Bajo mi piel soy líquida, vapor

Conmigo soy placer, rigorosa corriente


dulce huracán


estanque, tranquilo arroyo de sol


Cuando hay tinta soy aguas para navegar


La poesía, barco listo para zarpar



Despedidas:


El año se ha teñido de adioses


Hoy dejó el mundo mi bisabuela ceiba y siento cómo me tiemblan las raíces...


Hoy que estoy lejos de casa cierro los ojos y me despido de ella mirando el cielo. Imagino que su alma se improntará impermanentemente en la luz que baña las hojas de los árboles, la que refleja la luna, en lo transparente del agua que corre en los ríos, en el floema de nuestros corazones que son flores.


Imagino cargaré su amor sobre mis huesos, caminaré en la lejanía hasta que esa luz me alcance un día...


Cuando me alcance vamos a brillar de atardeceres.


El dolor se irá haciendo parte de mi corteza, de mis párpados de mujer planta que está lista para volver a la tierra.


De tu boca


Latidos impulsan el puño, De mi muñeca a la hoja debajo del cajón


La tristeza, el folclor de las jacarandas marchitas de mi portón

Canta aunque te sofoques: recorre con tus dedos, cada cavidad. Anatómicamente trazada estás para resguardar anhelos.

De la muñeca a tu boca, de tu boca al papel.



A propósito de la propiocepción


Piernas dobladas,

Sintiendo:

el asiento

centímetros más lejos mis rodillas, sostenidas por pilares tibia y fíbula;

me siento

varios metros arriba del núcleo terrestre

capas de concreto

Espalda, respaldo, altura

…. abdomen con esa protrusión bajo el ombligo

Llena de recuerdos, cerveza, postres o cumpleaños

Mis mamas contra el sostén, el par de pezones gritando

“Oh Juventud”,

Más arriba, cuello, cabeza con millones de cabellos...

Repaso cada uno de estos sitios donde caen en aguacero las notas

¿y los dedos de mis manos?

Me he olvidado de esas extensiones que escribieron la historia de La Humanidad (sí, con mayúscula).

Esta sensación se repite con cada final de sinfonía,

Reinan los tres segundos de silencio antes de la explosión de aplausos.

“No siento mis dedos” y en esta frase se condensa la emoción del concierto.


 

Imagen de Pol Fiction


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