Yolanda Robledo-Arratia
Frases inspiradoras, perfiles de grandes científicas, datos duros sobre la infrarrepresentación de las mujeres en el mundo científico, infografías de Marie Curie, fotos de Marie Curie, frases de Marie Curie. Estos son algunos de los recursos que se dejan ver en las redes y la internet cuando se intenta promover la representatividad de las mujeres en el mundo científico. Básicamente, cuando se acercan fechas conmemorativas en favor de las mujeres.
Y es que para nadie es un secreto que, en México, sólo el 37% del padrón del Sistema Nacional de Investigadores está conformado por mujeres; es decir, los espacios para realizar el quehacer científico institucionalizado siguen siendo mayoritariamente masculinos.
¿Qué factores acentúan esta situación? ¡Bien los conocemos! Empieza por la educación estereotipada que pone barreras físicas y mentales; se sigue por la falta de referentes; por no considerar condiciones para que la maternidad y los cuidados puedan ejercerse; y, al final, todo es atravesado por la violencia y opresión en aulas, cubículos, laboratorios y otros espacios de trabajo y desarrollo.
Y no se me malinterprete. Toda esa propaganda, las frases motivacionales y hasta la gastada presencia de la increíble Marie Curie, no son malas ni están de sobra, pero son sólo curitas para una herida profunda. Lo grave es que muchas veces son promovidas desde órganos que tienen en sus manos el poder de dar una solución o alternativa que sea realmente significativa para las mujeres que quieran dedicar su vida a la ciencia. La baja representación femenina es una falla del Estado, que no ha podido garantizar medidas para asegurar nuestra presencia en esos espacios.
Se dice que para transformar el sistema hay que empezar por combatir los estereotipos desde la educación: implementar programas educativos que fomenten la igualdad de género y la participación de las niñas en las materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés) desde temprana edad. Y yo me pregunto qué sentido tiene hacer estos llamados si, en los hechos, el sistema al que se invita está roto: no valora nuestra presencia, nos violenta y nos limita.
Para tener representación en la ciencia no es suficiente inspirar a las nuevas generaciones de mujeres y niñas, hay que exigir y trabajar todos los días por espacios seguros y comprometidos con el bienestar y el pleno desarrollo de quienes han decidido ese camino.
Es crucial visibilizar referencias femeninas en diferentes áreas y niveles del sistema científico, destacando sus logros y aportes, no sólo dentro de la academia, sino en otros espacios. Es importantísimo dar apoyos que promuevan la divulgación científica hecha por mujeres de diferentes estratos, orígenes y situaciones; que se creen canales y eventos públicos que las proyecten. Que se valore, estimule y recompense la actividad educativa, pues son esas voces, quienes dirigen las aulas, las que guiarán y alentarán a que nuevas mentes se interesen en estas disciplinas. Que se integren cuerpos de científicas en la toma de decisiones; que sus saberes permitan elaborar políticas públicas con beneficios palpables. Que se reconozca, también, que no se requiere de un diploma para avalar a quienes hacen y aplican ciencia desde sus lugares de origen al defender el territorio, o preservar y difundir el conocimiento tradicional en beneficio del ambiente y la sociedad.
Es importante, además, crear espacios seguros y libres de violencia, con observatorios donde la misma comunidad científica vigile el desempeño y el comportamiento de todos sus integrantes, donde se desarrollen y apliquen eficientemente protocolos claros para prevenir y atender casos de acoso y discriminación. Asimismo, debiera haber capacitación y actualización constante en temas de género y opresión a quienes forman parte de esos círculos. La crítica y el aprendizaje constantes son clave para reconstruir lo que ya no va.
Y qué decir de los límites que impone el quehacer científico ante la carga adicional de trabajo que implica la maternidad, la crianza y los cuidados. Este peso, que muchas veces se quiere invisibilizar, no se limita a las tareas del hogar. Implica una responsabilidad emocional y mental que consume tiempo, energía y recursos. Actualmente, las científicas no solo deben dedicar horas a su trabajo remunerado en la ciencia, sino que también deben atender las necesidades de sus hijos, padres o familiares dependientes. Por tanto, es necesario implementar políticas que favorezcan la conciliación laboral y familiar, como permisos parentales flexibles, guarderías subvencionadas y horarios de trabajo adaptables, además de becas de maternidad, programas de mentorías y redes de apoyo.
Para cerrar la brecha, se vuelve importante destinar recursos específicos para proyectos liderados por mujeres y promover la igualdad de oportunidades en la obtención de becas y financiamiento, todo esto enfocado a traer el punto de vista de las mujeres sobre muchos temas que podrían estar pasándose por alto. La experiencia y las necesidades femeninas dan oportunidad a que se resuelvan preguntas que a los hombres no se les hubieran ocurrido. Las diferentes maneras de vivir la feminidad también llevan a indagar cuestiones que de otra manera no serían consideradas. Todo esto lleva a que exista mayor diversidad en las ideas, que el pensamiento dominante impide mirar.
Dijo Tedi López Mills en su libro No contiene armonías: “Me voy a colocar en el centro de la historia de este poema”. Y es precisamente lo que tiene que ocurrir con las mujeres y la ciencia. No es sostenible que permanezcan en los bordes. Se les debe poner al centro, que protagonicen un nuevo capítulo de esta historia interminable, que ayuden a tumbar y reedificar un mausoleo que se creía intocable. Que desde ese centro expresen sus necesidades y propuestas para navegar en el sistema, y también para mejorarlo.
Si dejamos la periferia podemos reclamar la atención a las necesidades y a las realidades de las diferentes mujeres en la ciencia: las madres que crían solas, las mujeres con discapacidad, las mujeres de pueblos originarios, las mujeres de la diversidad sexogenérica. Y también las voces de aquellas que en algún momento podrían sumarse a esas filas: las niñas y las jóvenes. Al escucharlas sabremos qué otras acciones se necesitan considerar para reparar al sistema.
En el mundo en que ahora vivimos, esto no se logrará sólo con discursos o buenas intenciones, sino que se necesita la participación activa del Estado y la voluntad política de todas y todos los involucrados en ese sector, incluidas también mujeres, y mujeres científicas.
Y sí, Marie Curie es una figura inspiradora para las niñas y jóvenes que aspiran a una carrera en la ciencia, pues fue pionera en su área y distinguida por ser la primera persona en ganar dos Premios Nobel en diferentes campos científicos de manera consecutiva. Claro que es un ejemplo de que las mujeres pueden tener éxito en cualquier campo que elijan, incluida la ciencia, y de que ésta es una herramienta poderosa para mejorar el mundo. Sin embargo, admirar a Marie Curie no hará que la ciencia se vuelva un espacio femenino, y eso es lo que hay que señalar. Es donde hay que exigir, pero también poner manos a la obra.
Y aquí me permito abrazar la contradicción y lanzar un mensaje alentador: para “colocarnos en el centro de la historia de este poema”, las mujeres que nos formamos y ejercemos desde la ciencia, tenemos la responsabilidad de fomentar la curiosidad, compartir la emoción de descubrir y comprender con conciencia y disfrute; de escuchar a jóvenes y niñas y aprender de ellas. Que el gozo de entender el universo y el mundo que habitamos, nunca cese y nunca más sea sin nosotras.
Fotografía de Tom Moren en Unsplash
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