Adriana Fournier Uriegas
A veces no entiendo mis sentimientos,
no sé cómo ponerlos en palabras.
Me han dicho, vez tras vez, que escribir ayuda.
Sé que lo hace. Yo también lo recomiendo.
Es tan desordenada mi escritura
que me descubro aún más confundida al soltar la pluma.
Dicen que hay que soltar ideas,
se acomodan después.
En la escuela me enseñaron que hay que tener estructura.
¿Las ideas tienen orden?
Sé que pienso, sé qué siento…
respiro y escribo.
Vivo los momentos más terroríficos cuando la mente no se calla,
cuando da vueltas inquieta.
Mente, cuerpo y respiración.
He encontrado una calma plena
en el silencio de las ideas,
del alma.
En mí resuena una querida voz:
que no tenemos tiempo para estar “en blanco”,
para no pensar.
No es esa la idea.
No sabemos darnos tiempo.
El ejercicio más arduo al que me he enfrentado
–conmigo misma–
ha sido el de silenciar la mente durante horas,
escuchar y observar qué pasa adentro.
¿Quién soy sin lo externo?
Siento y respiro…
¿Se han detenido diez minutos a escucharse?
A ustedes, no a su mente.
La mente usualmente se enfoca en lo externo, presiones sociales, comparaciones, cultura, juicios…
El cuerpo trabaja distinto cuando la mente se detiene,
se respira,
de otro modo
se vive,
de otro modo
se es.
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