Laura Nicolau Farfán
Sin aprehenderte
Si brillo como es costumbre,
todo alrededor resbala
entre oníricos cristales
soleados muy llenos
de papel amarillo
que es este vínculo
ahora casi sagrado
de la perdición de un beso
manantial.
Suena el anhelo de lo que
te aprendo
sin aprehenderte,
de lo que te gozo
sin desdoblarte
teniéndote de mí en un
mío al vuelo.
Como siempre debe ser
bendiciendo tu ayer,
besando los labios y el
ombligo del mañana.
Yo no quiero café
La cotidianeidad propuesta por lo mundano
irrumpe,
desgaja
(felizmente).
Se escucha «sympathy for the devil»
mientras te duchas
y el espejo es mi gran confidente.
Así es como tu pierna loca,
tus ademanes desbocados de olvidar
por un momento
la bien
formada educación
se te regresan a la ternura
ahora nueva
de manos grandes
trepidantes
que sólo tu virilidad rendida
en un regazo de mujer puede expresar.
Te envuelves la toalla, bailando Creedence
y me ofreces café.
Yo no quiero un americano.
Yo quiero compartir tus más entrañables
caricias y secretos
a la luz de la luna mañanera,
recorriéndonos
en ese punto energético en donde se toman
capuchinos
y vuela el
albatros.
Sed que calma sueños
Todo lo que tengo es la
fe
que se me escurre por entre las sienes
de cobardía.
Da tres pasos al canto tenor de los manzanos de Adán
y se descubre envenenada,
serpiente de mil colores que en espiral
espera en la base de mi columna
(siendo así mi única esperanza).
Y me levanto.
Así se ilumina girando
y mis papeles amarillos, arrugados,
esos cuasi-rotos, cuasimodos,
es decir, todavía, bellísimos,
reciben perdón,
brillan.
No se les tira una cachetada,
ni se les niega la redención.
Al centro de mi cabeza,
en el lugar pineal,
comienzan a juguetear ramas y chispas.
La niebla se ha disipado para que pueda sentirlas de nuevo,
mis manos vibran de goce,
mi sed calma mis sueños,
otra vez veo la marea de la vida venir a saludar.
El corazón.
Ese siente de más,
me conmueve la cargadora hormiga hasta las lágrimas,
o Vivaldi,
o la lucha en recuerdos pausados como novela gráfica de mi vida.
Ahora sólo cayó una de muchas gotas.
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